Ciudad Bolívar, entre
la esperanza del cambio y los viejos odios.
El barrio alpes está ubicado en
la localidad de ciudad bolívar, en la parte más alta de toda la montaña que
comprende dicha localidad, a tan solo 3 minutos en carro de Quiba, la parte
rural de la localidad, dicha ubicación genera varias dinámicas propias de la
vida de barrio y otras que hacen difícil la vida y las posibilidades para los
habitantes: delincuencia, drogadicción, barrismo, falta de oportunidades para
los jóvenes y lógicamente, el conflicto armado entre estado, guerrilla y
paramilitares también está presente.
El colegio Canadá fundado en 1990, es el que por años ha ofrecido sus servicios a la comunidad, a tal punto que varias generaciones de familias que pertenecen al barrio han estudiado allí, ahora bien, el problema empieza cuando encontramos la presencia indirecta de la guerra; el hijo del paramilitar, el sobrino del guerrillero tienen que encontrarse en el colegio y si a esto le sumamos que el colegio es el punto que divide el barrio, hace que el colegio sobresalga en el sector.
El colegio Canadá fundado en 1990, es el que por años ha ofrecido sus servicios a la comunidad, a tal punto que varias generaciones de familias que pertenecen al barrio han estudiado allí, ahora bien, el problema empieza cuando encontramos la presencia indirecta de la guerra; el hijo del paramilitar, el sobrino del guerrillero tienen que encontrarse en el colegio y si a esto le sumamos que el colegio es el punto que divide el barrio, hace que el colegio sobresalga en el sector.
Del colegio hacia arriba se
encuentran los antiguos paramilitares ahora llamados “Autodefensas Gaitanistas”
(AGC) y del colegio hacia abajo las milicias guerrilleras de las FARC crean un
lugar donde los acuerdos y/o tratados que se hubieran firmado años atrás entre
políticos se desdibuje completamente y es ahí donde nuestro colegio se la juega
toda por apostarle a la paz, pero no una paz de papel sino una paz donde
realmente exista la posibilidad de respetar al otro y donde superemos esas
rencillas y esos rencores de varias generaciones, tampoco la paz entre
secretariado y gobierno, sino una paz entre los nuestros, entre los habitantes
de nuestro barrio.
El colegio poco a poco es esa
herramienta para superar esas rencillas de familias, de grupos políticos y de
fanatismos de adolescentes, debemos ser conscientes del acontecer nacional y en
esa medida trabajar desde lo micro, es decir, arreglar primero nuestras
diferencias y no esperar a que el gobierno y su tratado de paz sea la solución
para el barrio, si tenemos esto en cuenta podemos empezar a postular varias ideas:
1. La paz no va a llegar a nuestro país por la firma de un tratado de paz entre las partes directamente implicadas entre el conflicto, aunque, si debe tener el lugar y la importancia que le corresponde como un gran paso hacia adelante.
1. La paz no va a llegar a nuestro país por la firma de un tratado de paz entre las partes directamente implicadas entre el conflicto, aunque, si debe tener el lugar y la importancia que le corresponde como un gran paso hacia adelante.
2. Se hace necesario empezar a
mirar la paz de la mano de otro elemento importante como lo es la “justicia
social” pues no va a ser muy larga la paz si no se cumple con dicho
planteamiento
3. La escuela tiene que apostarle
a la transformación de sujetos capaces de perdonar, de proponer y participar. Porque
la paz tiene que ser un asunto en donde estemos todos y no algunos.
En toda la historia de Colombia
hemos siempre estado divididos en dos grupos llámesele como se les llame:
Criollos – Chapetones, centralistas – federalistas, liberales – conservadores,
gobierno – insurgencia, pareciera que estuviéramos programados para ser
antagonistas de nuestra propia historia o que por alguna razón inexplicable
estuviéramos condenados a vivir así.
Estas divisiones históricas
siempre han sido reforzadas por el imaginario colectivo de: “nosotros somos los
buenos, el otro es el malo” deshumanizando al contrario, generando que entre
más pase el tiempo, más difícil sea el perdón.
Las divisiones y las diferencias no
son malas, lo malo es el momento en donde no aprendimos y no aprendemos a
convivir con la diferencia del otro, en donde el miedo fue la herramienta para
forjar una sociedad, desde la casa y la escuela se les fue inculcando a
nuestros abuelos y a su vez ellos educaron en estas formas a nuestros padres,
formando generaciones enteras que al no tener un sentido de pertenencia o
identidad propio basó su identidad nacional en odiar al diferente, al que no
piense como yo.
No sería lo correcto decir que
esta sociedad es muy distinta de la de nuestros padres o la de nuestros
abuelos, tampoco es justo “lavarse las manos” como lo hacen los abuelos quienes
aterrorizados se persignan mirando a los jóvenes atacarse entre ellos sin mayor
argumento que el de ser jóvenes, pues si bien se agreden por hacer “respetar”
su espacio, su cuadra o por portar una camiseta de futbol de un equipo de
futbol, antes la consigna era el color de un partido político.
Esto lo evidenciamos en palabras de William Ospina, en su ensayo: “¿dónde está la franja amarilla?” y el cual me permito citar a continuación:
Esto lo evidenciamos en palabras de William Ospina, en su ensayo: “¿dónde está la franja amarilla?” y el cual me permito citar a continuación:
“Tal vez no se proponían desatar una oleada de violencia, pero el modo criminal e irresponsable como atizaron las hogueras del odio para ganar la fidelidad de sus prosélitos condena para siempre a los jefes de ambos partidos que precipitaron a Colombia en la más siniestra época de su historia. Gentes humildes que se habían conocido toda la vida, que se habían criado juntas, se vieron de pronto conminadas a responder a viejos odios insepultos, y sin saber 16 cómo, sin saber por qué, sin el menor beneficio, se dejaron arrastrar por el increíble poder de la retórica facciosa que los bombardeaba desde las tribunas, desde los púlpitos y desde los grandes medios de comunicación, y la carnicería comenzó.”
Estamos empezando un proceso de
paz en donde se van a silenciar los fusiles de un grupo guerrillero que
gustenos o no generó miles de sufrimientos detrás de su propuesta política, es
posible que se vayan a reducir los índices de asesinatos al terminarse los
combates, es también posible que se reduzcan los índices del narcotráfico y
muchos otros índices, pero hay que ser claros en algo y es que el tratado de
paz se queda en un papel si no cumplimos con algo primordial que es la búsqueda
de la igualdad social.
Si no nos preocupamos porque el
adolescente deje estas prácticas heredadas de odiar al otro, la guerra solo va
a cambiar de actores, si el gobierno no se preocupa por los jóvenes que se
están echando a perder por culpa del señor que les vende droga en el barrio y
por la falta de oportunidades, la guerra va a continuar.
Es muy posible que ya no bajo la
bandera de la búsqueda de la igualdad que enarbolaban los grupos guerrilleros,
pero si en palabras de Eric Hobsbawm, unos “rebeldes primitivos, unos rebeldes
sociales” es decir, jóvenes que no van a empuñar un arma en búsqueda de una utopía
sino que la van a empuñar porque la situación del barrio no da para más, o en
búsqueda de tener cosas mejores.
No es necesario plantearnos
muchas hipótesis sobre que va a pasar a futuro con el país si no se hace una
paz estable y duradera en el tiempo, pues si miramos los años 80s y principios
de los 90s cuando el narcotráfico estaba en su apogeo, el gobierno de Cesar
Gaviria no escatimaba esfuerzos en venderle a la sociedad la idea que con la
caída de los grandes capos el país mejoraría ¿y qué pasó con esto? Pues que el
negocio de la droga y la violencia lo heredaron hijos, tíos, hermanos y no
logramos salir de la crisis.
Es por esto que la sociedad debe
prestar especial atención con el tratado de paz ,pues el estado colombiano y la
sociedad en general somos unos desmemoriados que pensamos y vivimos con el afán
del día y como escribió Fernando Vallejo: “…la
fugacidad de la vida humana a mí no me inquieta; me inquieta la fugacidad de la
muerte: esta prisa que tienen aquí para olvidar. El muerto más importante lo
borra el siguiente partido de fútbol…”.
Siguiendo con la idea de hacer un
país con memoria y con justicia social encontramos que la realidad aún dista
bastante de esto, pues según el periódico el tiempo, Colombia ocupa el puesto
número 12 en desigualdad entre 168 países, esto nos sugiere un problema
particular desde el inicio de la firma del tratado y es intentar por todos los
medios de cerrar la brecha entre ricos y pobres.
La idea de “igualdad” puede
parecer escalofriante para la persona de la clase medio baja arribista la idea
de perder sus bienes o su calidad de vida, pero no me refiero propiamente a
eso, me refiero a la posibilidad que el desposeído tenga un mínimo para vivir y
si relacionamos esto al barrio los alpes es allí donde nos damos cuenta y
podemos ver que la sociedad colombiana está muy dividida, no solo en su
pensamiento si no en sus posibilidades de vivir, problema que dificulta la
posibilidad de hablar de “paz”.
Y si contrastamos la realidad de
la ciudad encontramos al norte de la ciudad personas que viven “comodamente” y
en el barrio los alpes la pobreza obliga a sus habitantes restringirse de
muchas cosas y no me refiero propiamente a por ejemplo negarse un helado un
domingo o dejar de comer carne un día. Las familias viven en tales condiciones
de pobreza que los colegios de la ciudad bolívar se convierten entonces en la
posibilidad que un niño coma algo durante el día, llámesele “refrigerio” o
“almuerzo”, y si lo miramos comparativamente esto ya genera una mayor
desigualdad en el proceso educativo de un niño del barrio, pues no hace falta
explicar que con hambre no se aprende.
Y para concluir, la escuela y la
política tienen que ayudar a salir a los jóvenes y la sociedad en general del
espacio dogmático y de los rencores, se entiende el miedo que genera el hecho
que por más de 50 años nos dijeron que ellos eran los malos, pero, por el
contrario, debe convertirse en la posibilidad de aprender del otro, además es
el momento en donde se garantiza a los otros garantías de hacer política sin la
necesidad de empuñar un fusil, pues no olvidemos los desastrosos años 80 en
donde un mal acuerdo y una sociedad incitada por el odio llevó al único
genocidio por razones políticas en el mundo, el genocidio de la UP.
La escuela tiene que ser
generadora de respeto y formadora de sujetos libre pensantes que guie en la
responsabilidad que tenemos como ciudadanos de empezar a respetarnos más allá
de si pertenecemos a “x” o “y” partido político y dejar de reproducir en
pequeño los odios heredados por los abuelos, por los padres y por la escuela.
La discusión real no es si con el tratado de paz Colombia se va a volver comunista o si el presidente le va a entregar el país a los guerrilleros, la discusión aquí es: ¿cómo hacer para que el estudiante de la localidad pueda tener esas posibilidades de estudiar como las que tienen otros niños? O ¿cómo hacer para que el tratado de paz rompa esa mezquindad que caracteriza a una clase política dirigente?
La paz real llegará cuando el
estudiante entre al colegio no por la necesidad del refrigerio y tampoco por la
necesidad de los papás de tener a sus hijos durante unas horas en un
“parqueadero” sino que las condiciones sociales y materiales permitan suplir
una serie de necesidades básicas, no hablo de lujos, no hablo de
excentricidades ni banalidades desde las cuales medir el “bienestar” sino desde
lograr garantizar unos mínimos vitales a la sociedad en todas sus esferas.
El colegio antes que enseñar
miles de datos y/o fechas tiene que preocuparse por incentivar en el estudiante
esas ganas de vivir, las ganas de acceder a la educación como el mecanismo a
mejorar sus condiciones de vida, a empoderarse con el conocimiento y ser
artífice de su futuro.
Es el momento en que todos los
colombianos tenemos que apostarle a la paz y que esta sea una paz duradera,
donde aprendamos a perdonar, donde podamos vivir con garantías políticas y
sociales, donde no sea solo la idea de que se acabó la guerrilla, sino donde se
haga realidad la posibilidad de ejercer una ciudadanía plena, donde se me
respete y yo respete al otro.